16 Mar «Me siento engañado» (Y como los niños son educados en unos valores que su sociedad no cumple)
Necesito tu ayuda para hacer que hoy sea el primer día de una nueva era, de nuestra nueva era. Donde el adulto entienda que es únicamente el niño el ser capaz de llevar paz entre los hombres. Hoy, dejarán de existir creencias del tipo de que una sociedad es diferente a otra, de que existen fronteras entre los seres humanos. Las familias y las escuelas seran conscientes, por primera vez, que son ellos los que inculcan en los niños el sentimiento separatista, pues al niño poco le importa si su amigo es cristiano o musulmán, europeo o africano.
Hoy, el adulto ha tomado conciencia del daño que hace forzando la mente del niño, influenciándola y condicionándola. El adulto ha sido por primera vez consciente de que ha sido él y nada más que él, el que ha creado un entorno absurdo de separatismo y falsos valores.
Díganme cuantas veces han escuchado a un adulto decirle a un niño eso de «vosotros sois la nueva generación». Lo hemos escuchado tantas veces, que de adultos lo reproducimos sin pararnos a pensar de verdad la repercusión real de dicha frase. Lo decimos, pero no lo llevamos a cabo, porque en realidad, los adultos sabemos que no es así. En realidad, no estamos preparados y no queremos que esto pase.
Mentimos miserablemente a los niños en las escuelas cuando «les pintamos» una sociedad con unos valores que los adultos no somos incapaces de cumplir. ¿Para qué? ¿Con qué propósito? ¿Por si «algún día»? Es mucho más fácil y coherente que quienes tienen cargos de representación social, defiendan los valores que sus sistemas educativos inculcan diariamente a los niños que asisten muy ilusionados a sus escuelas. Pero el adulto, realmente, prefiere que los niños se amolden a su sociedad, a su forma de vivir, a sus costumbres y tradiciones. De esta manera, el adulto se asegura mantener y perpetuar su sistema, aun a sabiendas de que es un sistema decadente, muy precario, un sistema que humanamente deja mucho que desear. Preferimos, por lo tanto, que sean seres mecánicos que encajen dentro del modelo de sociedad ya existente.
Cambiar la educación, al igual que cambiar las sociedades, está en la mano de los adultos, no de los niños, y lo sabemos. Los adultos somos los que moldeamos a los niños y los que los invitamos a que caminen por uno o por otro camino en la vida. Repetir continuamente la frase de “la juventud está perdida”, es una actitud miserable por nuestra parte, por gran parte de lo que ellos son la tenemos nosotros, pues ellos han crecido y se han desarrollado en las sociedades y valores que nosotros hemos construido, para bien y para mal.
Cambiar la educación, al igual que cambiar las sociedades, requiere, primeramente, de un trabajo personal de los adultos. Trabajo al que muy pocos están dispuestos a realizar, donde, entre otras cosas, reconozcamos las miserias interiorizadas de la educación recibida y así, desde ese punto, poder iniciar el tan ansiado proceso de transformación. Recurrimos con demasiada frecuencia a eso de «yo he sido educado así y tampoco estoy tan mal», y detrás de ello se esconde miedo e irresponsabilidad a dar un paso para hacer de nuestra generación de adultos, una generación que un día fue valiente y dejó todo por construir una sociedad mejor.
«La docencia es la más noble de todas las profesiones. El profesor tiene que formar una nueva generación en el mundo. Encarar lo real, el ahora y el temor es la función suprema del educador; o sea, no solamente producir excelencia académica sino, lo que es mucho más importante, su propia libertad psicológica y la del estudiante” – Jiddu Krishnamurti
Soy de una generación que hace apenas unos años soñaba con poder, algún día, materializar las letras de esas canciones reivindicativas que cantábamos al unísono un grupo de amigos; de esa generación que hablaba de los adultos de su época como adultos cobardes a los que no le gustaría parecerse nunca, o que, “grito en el cielo”, asistíamos a manifestaciones contra la guerra o causas sociales reivindicando y convencidos de que otro mundo era posible, y que este llegaría cuando nosotros fuéramos los adultos. Tan convencidos estábamos, que éramos «muy conscientes» que el cambio vendría de nuestras manos. Soy también de la generación que, pasados apenas unos años de aquello, se siente solo al comprobar lo fácil y «misterioso» que resulta eso de «unirse al rebaño», y que mira a su alrededor y observa la fugacidad de las ideas, la volatilidad del compromiso o la liquidez de la vida, en definitiva, la facilidad que tenemos para “mirar hacia otro lado”. Lo malo no es crecer, sino olvidar lo simple y hermoso de nuestra niñez, de nuestra juventud.
Todos anhelamos los tan ansiados cambios en nuestras vidas, y sabemos que esos cambios no van a venir de otro lugar que no sea a través de la educación. Deja ya de preguntarte o reclamar que tienen que ser los políticos los que inicien el cambio. Ellos no lo van a hacer. Ellos son los máximos representantes no de la ética y la moralidad, sino de lo que significa representar a una sociedad enferma. ¿Qué puedes hacer tú? Tómate esa pregunta como el inicio de todos los cambios.
Miedo, tenemos mucho miedo, esa es la única razón. Por eso, necesitamos una educación que elimine el miedo en su día a día. Necesitamos liberarnos del miedo, pero no solamente de una manera teórica o ideológica, sino de una manera profunda y verdaderamente interna. Solamente de esa manera, podremos convertirnos en seres humano diferentes; solamente de esa manera podremos convertirnos en una nueva generación capaces de crear un nuevo paradigma educativo, capaces de crear una nueva cultura.
-Pedro Valenzuela
Foto: Caleb Woods