Hoy es el día y ahora es el momento

Imagínate un día cualquiera. Desde que te levantas no haces otra cosa que pensar en “aquello”, en esas cosas que crees que te van a pasar, organizas tu vida sin atender al presente. Intentas ponerles soluciones a cosas que no han pasado, y nos cuesta mucho entender que esa cosa que piensas “no existe”. O, dicho de otra manera, en “lo que crees que va a pasar”. La cantidad de energía que desaprovechamos en esos procesos. Fíjate, te acabas de levantar, y no te has dado ni un segundo para pensar en ti, para sentir la experiencia de vida que estás teniendo. No te culpes por ello, desde bien pequeñitos nos han educado para que eso ocurra, para atender “a otros”, y no para atendernos. Tenemos una deuda con nosotros mismos. La deuda de escucharnos desde un lugar tan íntimo y profundo que podamos descubrir la base de nuestra experiencia humana.

Nos pasamos cada segundo, cada minuto, cada hora, cada día, cada semana, cada mes, cada año de nuestras vidas viviendo para resolver “los problemas”. Nos pasamos los mismos segundos, los mismos minutos, las mismas horas, días, semanas, meses y años de nuestras vidas sin atender nuestra vida y, curiosamente, esa atención es la única realidad que tenemos. Una educación que desde bien pequeños nos moldea para una adaptación que “supuestamente” sucederá cuando seamos adultos, ha hecho que hayamos ido perdiendo progresivamente nuestra verdadera identidad. No sabemos atender nuestras vidas y este es el inicio de todos los problemas.

Nuestro día a día es una “realidad” ficticia, una película de ciencia ficción dirigida por nosotros mismos. Salimos de casa a interpretar un papel, el papel que tantos condicionamientos nos han dicho a lo largo de nuestras vidas lo que tenemos que ser. Pero, y esto es algo muy importante, existe un mundo interior que nos está pidiendo atención, y no lo estamos atendiendo. No seas el protagonista de la película de tu vida, sé el protagonista de tu vida, así, simplemente, sin interpretar nada.

Hace más de 2.700 años, ante una situación de profunda hipocresía de la dinastía de los Chou (antigua dinastía China), el sabio Lao Tsé consideró que, ante una situación donde por fuera se proclamaba el amor al prójimo, la justicia y la moral, como altos ideales, mientras por dentro la envidia y la codicia lo envenenaban todo, el sabio consideró que cualquier intento de arreglo únicamente aumentaría el desorden, pues este tipo de enfermedad no se puede subsanar con remedios externos. Más vale dejar que el cuerpo repose, para que se restablezca gracias a las fuerzas curativas innatas.

En tiempos donde el mundo atraviesa una crisis sanitaria y social que marcará sin lugar a dudas el devenir de las sociedades contemporáneas y que no hacen más que corroborar la crisis sistémica de valores que se venía divisando desde hacía ya décadas.

En tiempos donde se están revisando de una manera natural y a una “velocidad de vértigo” los fundamentos filosóficos, psicológicos, ecológicos, laborales, educativos, sociales, donde todos estos sistemas están en crisis y en continua reformulación y donde la actualidad no deja de ser una muestra de los últimos coletazos de un sistema que agoniza su propia muerte.

En tiempos donde ya hay muestras más que evidentes de la necesidad de educar sacando lo mejor de cada individuo, fomentando su creatividad y potenciando nuestro verdadero poder y talento personal.

Pero las crisis también representan una oportunidad que no podemos ni debemos dejar pasar. Son tiempos para establecer los principios de un nuevo paradigma en todos los estamentos sociales y, muy importante, en el educativo. No para seguir inyectando recursos a un sistema que no da más de sí, pues los principios para los que fue creado hoy ya están obsoletos, sino más bien para sembrar hoy un anhelo y una necesidad que la humanidad viene reclamando desde hace años.

Es la era del ser humano. Transformar la manera de verte a ti mismo y hacer los cambios al respecto que tengas que hacer en tu vida es lo que te va a permitir relacionarte con la situación. Hoy la vida nos está regalando un nuevo momento de reposo para, partiendo de ahí, poder hacer frente a esta enfermedad de la ignorancia que anula nuestra esencia desde hace miles de años. No desaprovechemos esta nueva oportunidad.

La perspectiva con la que diariamente acudimos a las aulas y a la vida, es desde la idea de resolver lo que allí ocurre, porque si lo hago me sentiré en paz y ya habré resuelto otra cosa. Pero eso es falso. Nunca podremos saber las cosas de manera anticipada. Tu programación cobra sentido en el momento en que miras a los ojos de tus alumnos. No saber qué hacer es un estado de humildad. Humildad es saber que puedes mirar cualquier situación sabiendo que no puedes resolverla.

 

-Pedro Valenzuela.

Foto: Brett Jordan