María Montessori y los inicios del método

María Montessori y los inicios del método

Los inicios de lo que hoy conocemos como método Montessori, se remontan a años antes en que la Dra. Montessori tuviera sus primeras experiencias como educadora. Tras su graduación que le otorgaba el título de Doctora en Medicina y Cirugía, Montessori continuaba realizando trabajos de investigación en la clínica psiquiátrica de la Universidad de Roma. Ahora ofrecía cuidados a los pacientes y durante parte de su tiempo pasaba consulta en la sala donde se diagnosticaban las enfermedades o trastornos psiquiátricos y se prescribían las terapias que se debían seguir. Entre otras tareas, a Montessori se le asignó la responsabilidad de visitar las clínicas o asilos psiquiátricos de Roma con el objeto de seleccionar sujetos adecuados para ser tratados en la clínica. Fue allí donde comenzó a coincidir con niños con la entonces llamada “debilidad mental”, que eran incapaces de tener un rendimiento escolar o funcionar dentro de sus familias y eran recluidos en los asilos al no haber ninguna otra alternativa pública para ellos. La Dra. Montessori sentía especial interés por las enfermedades infantiles, dado que era consciente de la importancia que estas tenían para la reforma social.

Es conocida una anécdota suya que la impactó especialmente y que, muy probablemente a la postre, se convertiría en uno de los motores a impulsar sus importantes proyectos futuros. Ocurrió cuando visitaba uno de los asilos. Allí pudo comprobar como en una sala donde un grupo de niños “débiles mentales” permanecían encerrados, sin contacto alguno con el exterior, sin hacer otra cosa que mirar hacia el exterior a través de las ventanas, dormir y comer. Un cuidador del lugar, con una actitud poco cariñosa y respetuosa, contó en una ocasión a la Dra. Montessori como aquellos, niños, después de comer, se lanzaban al suelo a recoger los sucios, mendrugos de pan que se habían caído. Montessori observaba, a la vez que analizaba aquella fría sala, pensando en que aquellas niñas y niños que buscaban migas para llevárselas a la boca, lo que realmente tenían era hambre de experiencias y no de alimentos. En aquel lugar no había nada con lo que poder jugar, nada que poder tocar con sus manos o ningún estimulo que pudiera ejercitar su mirada.

Entre la variedad de trabajos que Montessori ejercía en aquella época, entre los que se encontraban trabajo en hospitales, visitas privadas a pacientes o consultas en la clínica de psiquiatría, María Montessori continuaba pensando en aquellos niños y fue en este momento cuando comenzó a llevar a estos niños a la clínica para ser tratados. Comenzó aquí un trabajo de investigación en la búsqueda de recursos para tratarlos, y fue aquí donde se encontró con los trabajos de los franceses Jean-Marc-Gaspard Itard y su discípulo Edouard Séguin (considerados más tarde como precursores de la “pedagogía especial”), quienes se convertirían a acreedores de gran cantidad de información que la Dra. Montessori comenzaría a llevar a su práctica y algunos de los cuales formarían y aún hoy siguen formando parte de los materiales Montessori. Los trabajos de Itard y, sobre todo de Seguin, convencieron a María Montessori de que los “niños retrasados eran educables”, y lo único que había que ofrecerles eran “escuelas acordes a sus necesidades”. Este hecho, sumado a la trayectoria que traía consigo y a que a ella siempre la había interesado el colectivo de niños considerados “idiotas”, marcó un antes y un después en su interés y en su relación con el mundo de la educación, pues a la postre, se convertiría en la semilla que tiempo más tarde se conocería como el método Montessori.

El barrio de San Lorenzo en Roma marca un punto de inflexión muy importante en lo que serían los orígenes del método. Un barrio que no contaba precisamente con buena fama entre los habitantes de la ciudad, una especie de tierra de nadie donde incluso ni a la policía le gustaba acudir. Pero María Montessori es un barrio que conoce bastante bien, pues fue allí donde comenzó a trabajar cuando todavía era una estudiante, con las damas de la Unione del Bene y con los médicos de los ambulatorios populares. En San Lorenzo era demasiado común ver a personas pobres viviendo en edificios medio en ruinas, hijos de proyectos urbanísticos que en un principio pretenden ensanchar la ciudad y que luego quedan huérfanos cuando se quedan sin presupuesto. Edificios abandonados apenas semanas después de haber sido construidos, algunos de ellos simplemente con un esqueleto de hormigón que quedarían abandonados fruto de esta especulación inmobiliaria de la época. Allí, en este lugar y con estas condiciones, se comenzaría a fraguar algo realmente extraordinario que a la postre cambiaría la historia de la educación.

Con todo este bagaje, en el año 1906, cuando María Montessori contaba ya con 36 años, era una profesional establecida, una científica y una distinguida académica, reconocida y admirada por compañeros en sus diferentes ámbitos de interés, así como por un amplio círculo de personalidades y líderes sociales de Roma. Hacia finales de ese año, regresó de nuevo de Milán a Roma, y fue entonces cuando le llegó la oportunidad que hizo que todo lo que había hecho hasta entonces pareciese un simple entrenamiento.

Todo cambia en el año 1904. María Montessori despierta el interés de uno de los primeros inscritos de la Lega Nazionale per la Protezione dei Fanciulli Deficienti, Eduardo Talamo. Se funda entonces el Instituto Romano de Beni Stabili, creado precisamente para abordar este problema de la vivienda, decide abordar esta problemática y comenzar a ponerle una solución. El ingeniero Eduardo Talamo ocupa la presidencia de este Instituto y pide a la Dra. Montessori que organice con criterios modernos una escuela infantil para los hijos de los obreros residentes en los nuevos bloques de viviendas populares de Roma, en especial, en el Barrio de San Lorenzo. Es un proyecto muy ambicioso, que en poco tiempo se extiende a la construcción de una decena de edificios, creando un sistema de parvularios en los bloques de viviendas, donde los niños permanezcan hasta que los padres regresen del trabajo y los hermanos mayores del colegio. Nacieron así las primeras “Case dei Bambini” (Casa de los niños). Es por lo tanto en este justo momento cuando comienzan a materializarse las primeras experiencias educativas montessorianas. La primera “Casa dei Bambini” fue inaugurada el 6 de enero de 1907, en el número 53 de la Vía dei Marsi, en Roma. Se elige para la ocasión y que a la postre se convertiría en la primera Guía Montessori, con una mujer sin formación, de unos cuarenta años, llamada Candida Nuccitelli, hija del conserje del edificio, la cual fue puesta al cargo de los niños bajo la “orientación y dirección” de Montessori. Montessori describió la entrada de los niños: “Todos iban vestidos igual, con ropa gruesa de dril de color oscuro. Estaban asustados y como se veían entorpecidos por el tejido, no podían mover los brazos y las piernas libremente. Nunca habían visto a otras personas, salvo a los miembros de su comunidad. Para conseguir que se moviesen juntos, se les dijo que se dieran las manos. Tiraron del primer niño reciente, de forma que arrastrara a los demás niños de la fila, que lloraban desconsoladamente. Esto despertó la simpatía de las damas de la alta sociedad, que expresaron su confianza de que los niños mejoraran en unos pocos meses”.

El nombre de “Casa de los niños” es debido a que, en el momento de la inauguración, su amiga Olga Lodi exclama muy emocionada: “Pero “¡si es una casa de los niños!”. Se trata de un parvulario que ocupa la planta baja del edificio y que consta de un gran salón, un baño y un patio, con un mobiliario que en un principio es viejo, como de desecho, con alguna mesa grande y sillas desparejadas en tamaño y forma, pero muy pronto, la Dra. Montessori, consciente de la importancia de comenzar a hacer un ambiente preparado, manda realizar mobiliario acorde al tamaño de los niños. En un primer momento, se cuenta con materiales en el baño de instrumentos para pesar y medir y registrar su crecimiento, además de vasijas y espejos a la altura de los niños, con la intención de que puedan asearse por ellos solos. Cada detalle está pensado con la intención de favorecer en todo momento la autonomía del niño. El parvulario cuenta para esta apertura con unos cincuenta niñas y niños de entre dos y seis años de edad, asustadizos y llorosos ante la magnitud del momento. Montessori es consciente en todo momento de la importancia que tiene este preciso instante, lo cual se observa en su actitud de líder, dirigiéndose a los presentes en el centro de la sala: “Eran como un grupo de niños salvajes. Sin duda, no habían vivido como el pequeño salvaje de Aveyron, en un bosque lleno de animales, sino en una selva de gente perdida y más allá de los límites de la sociedad civil”. En la pared de la sala cuelga una reproducción de “La Madonna della Seggiola” de Rafael, como una especie de protección espiritual a su trabajo. El 7 de abril de 1907 se abre la segunda “Casa dei Bambini” en otro de los bloques de San Lorenzo.

María Montessori, tras aceptar la propuesta, ve en este lugar una gran oportunidad de experimentar y poner en práctica sus ideas educativas con niñas y niños que todavía no han tenido contacto con el entorno escolar. Es consciente de que trabajar en lugares como este tan pobres lleva consigo la escasez de recursos, pero hasta esto le parece una ventaja, pues ve en ello una oportunidad de poder llevar a cabo y poner en práctica una propuesta metodológica y educativa centrada por y para el niño, atendiendo de una vez sus verdaderas necesidades de desarrollo, lo que, a pesar de lo obvio que en un principio puede parecer, resulta algo realmente novedoso para su época. La Dra. Montessori, en cuya memoria quedan estructurados los principios y dinámicas educativas observadas en Itard y Séguin, decide aplicar estos principios en niños normales y ver qué ocurre.

La Dra. Montessori recibe el apoyo incondicional de toda la sociedad romana. Es aplaudida y alentada por parte de la reina, de la nobleza, las feministas, los radicales, los masones, etc, y, curiosamente, recibe la crítica de La Civiltá Cattolica, quien critica el experimento por considerarlo demasiado socialista.

Y así fue como comenzó una bonita historia que cambió, sin ningún tipo de dudas, la historia de la educación. La Dra. Montessori comenzó entonces un arduo y meticuloso trabajo de observación hacia las respuestas que los niños iban teniendo a este nuevo entorno en el que se les había situado. Sin cerrarse a nada, los cambios a partir de ahora iban a ser constantes, en comunión con la profesora que había elegido para llevar a cabo esta gloriosa tarea. La Dra. Montessori comenzó entonces a tener devotos seguidores, oyentes que acudían ávidos a escucharla y que, con sorprendente frecuencia, afirmaban haber sido “convertidos”, “iluminados” al comprender la manera en que ella veía las cosas. No era solo su mensaje; tampoco era únicamente su método de trabajo con los niños; se trataba de algo más, pues María Montessori tenía esa clase de personalidad que invita al sentimiento de identificación.